Es muy común escuchar decir “yo no puedo cantar” o “la música no es para mí”. ¿De dónde vienen esas creencias tan arraigadas? ¿En qué momento de la vida nos convencemos de eso? Si vemos un bebé que apenas se sienta, veremos cómo, al contacto con la música, instintiva e instantáneamente se deja llevar y ensaya movimientos y sonidos vocales. Él no piensa ni por un minuto “la música no es para mí” porque, sencillamente, la música es para todos. “Ya hacíamos música antes de conocer la agricultura” dice Jorge Drexler en una de sus canciones. La música es ancestral, es lenguaje, es forma de comunicación entre las almas.
El dilema se instala cuando confundimos lenguaje con disciplina. El lenguaje musical es inherente al ser humano. Todos los humanos desde el comienzo de los tiempos tienen acceso al lenguaje musical. Ha ido surgiendo a través de expresiones del alma. La disciplina surge cuando ordenamos el lenguaje y le damos especificidad, cuando se perfecciona con la práctica vocal o instrumental y surgen las formas de arte musical. Es posterior y existe gracias al lenguaje. El lenguaje musical es de todos y para todos. La música como disciplina está reservada a quienes tienen ciertas habilidades y vocación.
La gran pregunta es ¿qué enseñamos en la escuela? ¿Tratamos de que los alumnos practiquen una disciplina o se expresen a través de un lenguaje? Creo que la respuesta salta a la vista. En los colegios, los alumnos vienen a sumergirse en un mar de conocimientos y experiencias cada vez más profundas y diversas. Ese mar tiene que ser accesible a todos, no debe estar cercado ni debe tener partes vedadas para quien no sabe nadar o para quien le tiene miedo a las profundidades. En la escuela debemos enseñar a los alumnos a expresarse a través de la música como lenguaje.
Imagino a la música como un bote que nos ayuda a navegar en ese mar. O como un tanque de oxígeno que nos ayuda a navegar en las profundidades. Cantar, bailar, ejecutar instrumentos o realizar percusión corporal, son todas actividades que nos permiten liberar serotonina y a reducir los niveles de cortisol (desde lo físico), expresar nuestro interior (desde lo emocional) y disfrutar en grupo, perder la vergüenza y comunicarnos (desde lo social). Cuando abordamos un contenido de PDL, de Matemática con una canción acorde, cuando volvemos de un recreo y cantamos una canción para tranquilizarnos, cuando hacemos una canción de movimiento antes de empezar con un tema nuevo, hacemos que la música nos haga de sostén, de facilitadora de procesos cerebrales, intelectuales, personales y sociales.
Observen que hablamos de la clase de música. Nosotros los profesores de música tenemos el privilegio de que nuestra materia sea el lenguaje musical. La propia música se enseña, se disfruta, crece, nos hace crecer, nos hace crear, nos hace disfrutar de cada minuto. Estoy convencida de que sería muy bueno permitir que la música entre a todas las clases por la puerta y la ventana, como lenguaje abierto a todas las personas, para disfrute y crecimiento de grandes y chicos.
Profesora María Inés Lucifora
Col. San Vicente de Paúl. MDP