Corría el primero de agosto, y por pura gracia de Dios, estábamos con mis hijas Josefina y Caterina, en Lisboa. Ya comenzaban a verse banderas de los lugares más recónditos del mundo, y se escuchaban lenguas absolutamente ilegibles. En la tarde, salimos a buscar un lugar para ubicarnos y participar de la misa de apertura. Al entrar en la avenida que llevaba al parque, no podía uno más que emocionarse, y confirmar que la iglesia es católica, es decir universal. Era un colorido de banderas nacionales, banderas de los distintos movimientos, agrupaciones, órdenes religiosas. Era una verdadera fiesta. Cantaban en distintos idiomas, peregrinando hacia el altar. Nosotras tres llevamos una bandera argentina y otra de Fasta, que estuvieron durante toda la jornada.
De un momento a otro, comenzó la misa. Otra vez la iglesia, pero ahora confirmábamos que es Una. Es una porque la misa que es lo que nos congrega a todos, se celebró en portugués por el Arzobispo de Lisboa, pero todos sabíamos lo que estaba pasando; nos arrodillábamos, nos parábamos, hacíamos la señal de la cruz… y para todos era lo mismo. Es una gracia muy grande, el poder ver esa nota de la Iglesia de una forma tan patente. Miles de ministros de la eucaristía dando la comunión. El kyrie, el aleluya, ¡todos lo podíamos cantar!
Al día siguiente, por la tarde llegaba el Papa, por lo que desde temprano, todas las calles estaban cortadas; y todo el mundo tratando de encontrar un buen lugar para ver pasar a Francisco, y saludarlo. Se percibía en el aire el cariño de la gente a nuestro Pontífice, todos querían estar presentes para recibirlo. Después de unas horas de espera, a pleno rayo del sol, llegó el momento. Primero venían las motos, luego unos autos, y detrás el papamóvil. Vimos a Francisco muy de cerca. Se lo veía muy feliz, aunque cansado, pasó saludando y sonriendo a todos. Luego vino el momento de su mensaje, el que esperábamos con ansias.
Fiel a su estilo, lo primero que hizo fue agradecer a todos los que habían hecho posible, la Jornada. Y luego nos recordó que en el fondo quien hacía posible todo era Jesús, quien nos había llamado a cada uno de nosotros por nuestro nombre. Esto me recordó el pasaje evangélico en el que Jesús resucitado habla a María Magdalena y ella lo reconoce, cuando él la llama por su nombre: “María”. No quedaba otra que reconocer a Jesús en ese momento, porque sólo Él podía hacer posible ese encuentro. Y el por qué de ese llamado, tiene una sola explicación: el Amor. Sólo por amor Jesús nos llama a cada uno a seguirlo, pero nos llama como somos; nos llama a cada uno con nuestros pecados y con nuestras virtudes, y nos ama infinitamente así como somos. De lo cual, se deduce que en la Iglesia de Cristo hay lugar para TODOS, y eso nos lo hizo repetir varias veces: “PARA TODOS”, nadie sobra. Esta frase me hizo reflexionar sobre lo importante que es que cada uno cuide su carisma, porque es lo que nos hace parte del todo, pero ese todo sería distinto sin esa parte. Y Dios nos ha regalado a través de nuestro Fundador un carisma, el cual es nuestra misión proteger para proteger su cuerpo místico. Y debemos custodiarlo como un tesoro. La Iglesia es para todos, entonces cada uno tiene que ser lo que es, para cumplir así la misión que Cristo, que le dió al llamarlo por su nombre y hacerlo parte. Su mensaje, nos refuerza, aquello en lo que tanto hacía hincapié nuestro Fundador: “tengan conciencia eclesial”, somos una obra de Iglesia, en la que cada uno debe tener ese encuentro personal con Cristo, en el que a cada uno nos llama por el nombre. Todo esto el Papa lo explicitó en el modo más argentino y porteño que pudo. Para nosotros, escuchar de una forma tan clara la cercanía de un Papa, fue una maravillosa experiencia.
Después de varias actividades, el Vía Crucis, distintos encuentros, talleres, etc, llegó el gran día: la Vigilia. Salimos desde el centro de Lisboa con todo el grupo de jóvenes de Fasta, algunos argentinos y otros españoles. Luego de mucho caminar, llegamos al Campo de Gracia, lugar en el que se celebraría el gran evento.
Pasamos toda la tarde, hasta que llegó el Papa nuevamente a compartir con nosotros y a dejarnos nuevamente otro mensaje, que puede resumirse en el mensaje de la Misericordia. Nos invitó a levantar a los que están caídos y a dejarnos levantar por otros, es decir, a no permanecer caídos. Y luego de su mensaje comenzó el momento de la adoración al Santísimo Sacramento… ahora se veía la nota de la santidad de la Iglesia. Sólo por ser santa, puede ser que más de un millón de personas permanezcan en silencio, y adorando al santísimo con tanta devoción. ¡Fue un momento muy conmovedor, ver a todos arrodillados adorando al Señor, con tanta reverencia!
Al día siguiente, con la gran Misa de envío, pudimos apreciar la nota de la Iglesia: “apostólica”. El evangelio era el de la transfiguración, y Francisco comenzó diciendo la frase de los apóstoles: “qué bien que estamos, ¡aquí hagamos tres carpas!”. Si bien el lugar era bastante incómodo en algún punto, uno sentía eso. Pero nuevamente el Señor que pensó a su Iglesia, nos manda a llevar su mensaje; no quiere una Iglesia para tres, en tres carpas; sino que quiere una Iglesia Apostólica, una Iglesia misionera. El mensaje tiene que llegar a todos, por eso el Papa nos envió y lo hizo diciéndonos, deben “Resplandecer” como Jesús transfigurado, que con la luz se prepara para la pasión. “Escuchar”, sobre todo a Jesús en el Evangelio. Y algo que también le había dicho Juan Pablo II a los jóvenes en su momento: “No tengan miedo”; sobre todo, del fracaso en la lucha por cambiar el mundo… “Dios conoce el corazón de cada uno, Dios está con ustedes”.
¡A tus órdenes!
Laura Giunta
Apoderada del colegio Fasta Juan Pablo II