Santo Tomás de Aquino y la espiritualidad dominicana

La sabiduría teológica de fray Tomás es la contribución esencial a la espiritualidad dominicana.

I – El joven Tomás de Aquino y la vocación dominicana 

Fray Aníbal Fosbery O.P. ha escrito que “la base doctrinal que sustenta a la espiritualidad dominicana forma parte del patrimonio de la Orden, alcanzando su máxima formulación en la obra y el pensamiento del más grande Doctor de la Iglesia, que fue Santo Tomás de Aquino” (…) Santo Tomás de Aquino es hijo de la Orden y, como tal, se forma en esa espiritualidad a la que luego va a ofrecer, con su excepcional sabiduría teologal, la fundamentación doctrinal(La espiritualidad de Fasta, p. 42). 

Traje esta cita porque confiere el marco justo para comprender la contribución que Santo Tomás ha hecho a la espiritualidad dominicana. La sabiduría teológica de fray Tomás es la contribución esencial a la espiritualidad dominicana. Ahí está, clarito y sin rodeos. Tenemos resuelto el problema. Pero, ahora hay que desmenuzarlo un poco.

Sabemos que Tomás de Aquino estuvo casi diez años, desde sus 5 hasta los 14 años, en la abadía de Montecasino, como oblato benedictino. Retirado de la vida conventual y con poco más de 14 años, sus padres lo enviaron a la recientemente creada Universidad de Nápoles a continuar sus estudios. En dicha ciudad, la Providencia dispuso dos circunstancias que definieron su vocación y su vida para siempre: primero, conoció a los dominicos de fray Domingo de Guzmán, quien no mucho tiempo atrás había fundado una nueva familia religiosa: los Domini cani, los ´perros del Señor´. Segundo, por vez primera aparece en su camino la filosofía de Aristóteles. El hallazgo de los dominicos, empero, fue el hecho que dejó una huella determinante en su corazón. 

Conviene dejar sentado que Tomás llevó consigo dos grandes tesoros cuando dejó a los monjes benedictinos de Montecasino, a saber, el amor por la vida contemplativa, con el silencio monástico, y el estudio riguroso y piadoso de la Palabra de Dios. Contemplación que es estudio y oración, son los caracteres que perfilaron el alma de aquel joven que desde pequeño interrogaba insistentemente a los monjes en el claustro: ¿quién es Dios? Esos bienes imperecederos muy bien lo dispusieron para el encuentro con los hijos espirituales de Domingo de Guzmán. 

Decidí seleccionar estos hechos de la vida de Tomás de Aquino pues demuestran que el joven estaba convenientemente inclinado para acoger con determinación el nuevo estilo de espiritualidad que se iba abriendo camino en aquellos primeros años del siglo XIII. El estilo de los dominicos, su espiritualidad y su carisma, decidió el tipo de consagración religiosa que Tomás venía madurando en su corazón desde los años más tempranos. Y así fue que decidió abrazar la vida religiosa, mendicante y pobre, que vio encarnada con entusiasmo y entrega en aquellos primeros hermanos que conoció en el convento de Nápoles. 

La nueva espiritualidad, la de los frailes mendicantes, así llamados pues asumían la pobreza voluntaria, a imitación de Cristo pobre y mendicante, añadía un rasgo saliente, en buena parte novedoso, cual es el de la vocación contemplativa, con generosa dedicación al estudio de la Palabra de Dios, pero orientada a la predicación de lo contemplado. Tomás amó la contemplación desde sus años más pequeños y cuan feliz habrá sido al comprobar que aquellos frailes de hábito blanco y capa negra proporcionaban un estilo de vida que le permitía unir, sobrenaturalmente, la pasión por el estudio con la dedicación a Dios.  

Antes de explorar más específicamente la contribución de Santo Tomas a la espiritualidad dominicana, veamos qué manifestó Santo Tomás sobre su propia vocación, sobre su oficio de maestro y teólogo, pues en dichas palabras no solo hallamos una declaración de su oficio, sino algo más profundo y es el cómo encarnó en su espíritu el estilo de la espiritualidad dominicana. Las palabras de Tomás las tomamos del capítulo II del Libro I de la Suma Contra Gentiles, una de las dos grandes Sumas que escribió el Aquinate. 

En este segundo capítulo, Tomás declara cuál sea la intención del autor de la obra, su propia intención, luego de haber explicitado cuál es el oficio del sabio, en el capítulo I. Y escribe Tomás: “tomando, pues, confianza de la piedad divina para proseguir el oficio de sabio, aunque exceda a las propias fuerzas, nos proponemos manifestar, en cuanto nos sea posible, la verdad que profesa la fe católica, eliminando los errores contrarios; porque, sirviéndome de las palabras de San Hilario, ´soy consciente de que el principal deber de mi vida para con Dios es esforzarme porque mi lengua y todos mis sentidos hablen de El´” (Contra Gentes, I, 2). 

Debe ser este uno de los exiguos pasajes de su abundantísima producción en el que Santo Tomás revela su intimidad, ´abre su corazón´, afirmaríamos con un poco de romanticismo, revelándonos su propia vocación, con la ayuda de unas palabras tomadas de San Hilario de Poitiers. Afirma de sí mismo, Tomás, que proseguirá el oficio de sabio – oficio del que enseñó, siguiendo el magisterio de Aristóteles, que “es propio el ordenar”– vocación ordenada a “manifestar la verdad que profesa la fe católica”, admitiendo humildemente que lo hará “en cuanto nos sea posible”. Comenzando esta declaración personal, ha dicho que toma confianza no en sus propias fuerzas sino en las de la “piedad divina”. 

´Hablar de Dios´, con ´mi lengua´ y ´todos mis sentidos´ indica el camino de la predicación y de la enseñanza como nota distintiva de la Orden y que asumió fray Tomás como maestro de Teología, como predicador y como consultor no solo de Papas, cardenales y prelados, sino también de reyes, príncipes y cortesanos. La locución “todos mis sentidos” tal vez pueda entenderse de un modo amplio, no restrictivo de suerte que considerásemos solo los sentidos externos e internos; ha de referir e implicar también las potencias superiores del alma: entendimiento y voluntad, pues conocer y amar a Dios son oficios o deberes del maestro en Teología y sobre todo del santo. Conocer a Dios; amar a Dios. 

Justamente, el conocimiento y el amor de Dios exigen de suyo la intimidad con Dios, la contemplación del Misterio de Dios, esa dinámica de ´interiorización´ y de ´santificación´ que refiere el P. Fósbery OP como notas de la espiritualidad. De cualquier espiritualidad, pero que fray Domingo de Guzmán armonizó de tal suerte que con exactitud y belleza acuñó en el lema de la Orden: ´contemplar y dar a los demás lo contemplado´. 

II – La teología de Santo Tomás: cimiento de la espiritualidad dominicana

“Cuando decimos ´espiritualidad´ estamos haciendo referencia a una realidad de interioridad y santificación que expresa un modo personal y colectivo de vivir, de modo concreto y creciente, la experiencia del misterio de Dios. Los santos son los frutos concretos que produce una espiritualidad cuando es plenamente asumida y rectamente interpretada. Ese es su objetivo más directo (…) Pero este objetivo no se puede alcanzar si la radicalidad del Evangelio que se pretende asumir, no está, de alguna manera, apoyada y sostenida por algunas pautas o criterios de acción que constituyen una suerte de base doctrinal para sustentar la espiritualidad” (fray A. Fósbery, OP., La espiritualidad de Fasta, p. 42).  

La espiritualidad dominicana es rica, integral y novedosa para el tiempo en que Domingo de Guzmán reúne a sus primeros compañeros. Es una espiritualidad apostólica, cuyo propósito es seguir las huellas del ´maestro, pobre y predicador´, que fue Cristo, y luego, los apóstoles, sus discípulos. Es una espiritualidad centrada en la acción divina de la gracia en el alma, destinada no solo a la purificación de los pecados, sino, sobre todo, a la conversión a Dios y a la unión con Dios, mediante el ejercicio extremo, o heroico, de las virtudes teologales. 

Espiritualidad que ama la penitencia, el camino de la cruz, como camino de purificación y de perfección, en unión con Cristo sufriente; pero, también es una espiritualidad eucarística, pues la unión más perfecta y luminosa con Cristo, además de la cruz, la tenemos en el Santísimo Sacramento de su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. 

Es una espiritualidad contemplativa, orientada a la penetración sabrosa de los misterios divinos, contenidos en la Palabra de Dios. De allí que, tanto la oración como también el estudio, sean los pilares insustituibles de la dedicación a la contemplación. Pero, principalmente también, es una espiritualidad de la predicación de la verdad, expresión la más rotunda de la vocación contemplativa, como hemos visto, que es servicio de caridad al prójimo, obra de misericordia espiritual, sobre todo, ´enseñando al que no sabe, aconsejando al que lo necesita y corrigiendo al que yerra´. 

Nota característica también de la espiritualidad de esta nueva familia religiosa es la vida comunitaria, la vida conventual, que es servicio de caridad a los hermanos de religión. De allí también, el rezo comunitario del Oficio Divino. 

Por último, pero no menor en relevancia, es la filial devoción a la Bienaventurada Virgen María, madre de Dios y del Verbo hecho Carne. Y consecuentemente con esa dedicación amorosa a la Madre de Dios, la devoción del santo Rosario que fue y es patrimonio incuestionable de la Orden de fray Domingo de Guzmán, pues lo recibió el penitente de las manos de la Virgen Santísima. Y esto, antes de que se convirtiese en presea de amor de la Iglesia toda a la Madre del Dios hecho hombre. 

Todos los rasgos esenciales de la espiritualidad que Domingo de Guzmán legó a sus hijos espirituales, fueron patrimonio de nuestro fray Tomás de Aquino, no solo como experiencia del misterio de Dios sino también como doctrina teológica y espiritual. En efecto, cabe argumentar que la espiritualidad dominicana en su especificidad fue objeto de reflexión científica en la Suma de Teología de Santo Tomás. 

La Suma de Teología, en su arquitectura y en su composición, no es sino ejemplo extraordinario y exposición impecable de la comprensión que Santo Tomás tuvo del itinerario de santificación del hombre, que comienza en Dios, como Primer Principio, pues de Él sale, como creatura excelente, ´poco inferior a los ángeles´, como dice el Salmo VIII – y este es el tópico central de la I Pars de la Suma – y regresa a Dios, como Último Fin, por el camino de las virtudes, de la ley natural y divina, de la gracia, de los carismas y los dones – y este es el tema de la ética de la bienaventuranza de nuestro Doctor, es decir, toda la II Pars de la Suma -, retorno que tiene un Camino, una vía, que no es sino Cristo, el Verbo Encarnado, su vida y sus misterios y la gracia concedida a través de los sacramentos – y esta es la III Pars de la Suma – . 

La Suma es un tratado de teología y de espiritualidad al mismo tiempo, alimentándose ambas disciplinas recíprocamente. Por eso se ha dicho, con razón, que Santo Tomás no necesitó escribir ningún tratado, propio o específico, de espiritualidad, de teología espiritual, de ascética o mística, como sí lo han hecho algunos grandes maestros y doctores de la vida espiritual como Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, San Francisco de Sales y más recientemente Santa Teresita del Niño Jesús. 
No, en la Suma de Teología de fray Tomás de Aquino está todo, el fundamento doctrinal del camino espiritual de perfección en Cristo, tal como lo recibió en herencia de Santo Domingo, y la experiencia espiritual del santo que fue Tomás mismo, elaborada ella en fórmulas austeras, precisas y diría también perfectas. En exquisitas expresiones del P. Torrell, la teología de Tomás “es una ciencia ´piadosa´ (…) y por parte de aquel que la practica, reviste una modalidad orante”, esto es, “la oración pertenece al ejercicio de la teología” (P. Torrell OP, J.P., Teología y espiritualidad. Confesiones de un “tomista”, pp., 33 y 34).

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